Por sexto año consecutivo la dieta mediterránea ha vuelto a ser elegida como la más saludable del mundo, sugiriendo que adoptar este modelo de alimentación proporciona una mejor calidad de vida y la hace más larga.
Mucho se preguntan ahora si esta longevidad de los países mediterráneos se debe en exclusivo a la dieta o más bien al particular modo los pueblos que viven en las riberas de ese mar legendario.
Hace más de 60 años, el médico belga Michel Poulain y su colega Gianni Pes observaron que determinadas poblaciones costeras de la isla de Cerdeña tenían una muy alta proporción de centenarios de ambos sexos. Poulain y su
colega Gianni Pes pensaron, inicialmente, que la longevidad era debida a la dieta mediterránea estando, en parte, condicionada por la genética. Con un rotulador azul marcaron aquellas zonas longevas y desde entonces esas zonas donde la vida se prolonga casi milagrosamente las denominaron “zonas azules” un término que se ha extendido por numerosas zonas del globo
terráqueo.
Otros epidemiólogos y gerontólogos defienden que el “secreto de la eterna juventud” guarda más relación con la epigenética, es decir, con las circunstancias ambientales y los modos de vida de estas gentes privilegiadas, que con la dieta y la genética misma.
Numerosos estudios han permitido conocer detalles sobre la vida, la alimentación así como con los hábitos y costumbres de esos lugares. Se han buscado características diferenciales respecto de otros habitantes del planeta donde la vida también se prolonga a niveles tan excepcionales, como la isla japonesa de Okinawa; la isla griega de Ikaria, Loma Linda en California, Taiwán o ciertos pueblos costeros de Cerdeña donde el número de centenarios supera el 15% de la población. A pesar de la distancia que las separa y de las diferencias culturas, todos estos pueblos consumen los mismos nutrientes y su modo de vida es muy similar. Es sorprendente que en esos lugares palabras como “estrés”, “competitividad”, “hobby” y algunas otras que expresan un modo acelerado de vivir no forman parte de su vocabulario habitual o son, incluso,
desconocidas.
La alimentación en esas zonas es completamente natural. Todo lo que consumen es producido en el lugar. Solo se alimentan con productos de temporada que recogen de los campos que ellos mismos cultivan: aceite, pan, carne de animales domésticos, verduras, fruta, vino en cantidades moderadas…, todo es de producción local y como la costa no queda lejos, pescan lo que luego consume todo el pueblo.
Otra característica distintiva es la manera de relacionarse entre ellos. La familia y la comunidad son núcleos inseparables en los que todos participan. Las residencias de ancianos no existen. Las personas mayores que necesitan
ayuda la reciben de los individuos más jóvenes y todos se auxilian entre sí.
Todos participan en las celebraciones y festejos, tanto familiares como locales, así como en la asistencias a los sepelios cuando fallece algún miembro de la comunidad. Practican ejercicio físico a diario y la ayuda mutua entre los
miembros de la comunidad es similar. En esos lugares, con independencia de las creencias de cada cual, el sentimiento religioso forma parte de su forma de ser y pensar. En suma, estos pueblos, sin saberlo, están cumpliendo a la perfección, los ocho pilares básicos que defiende hoy la Medicina de Estilo de
Vida.
Los desplazamientos los suelen hacer andando o en caballerías. Los vehículos a motor son extremadamente raros. La jubilación no existe y tanto hombres como mujeres trabajan hasta el final de sus días. El sentido de la familia y la
amistad es algo que trasciende la norma de otros lugares. Tienen un índice de natalidad proporcionado al número de defunciones. El trabajo, según dicen ellos, es la mejor manera de mantenerse sano y ágil de cuerpo y de mente. Y
mientras en otros lugares del mundo occidental convencional la gente se jubila a edades muy tempranas (65 años) los habitantes de esas “zonas azules” no se jubilan nunca porque saben que con la inactividad les llegarán mil y un
problemas de salud que les acortará seriamente la vida.
Las relaciones familiares y sociales son fundamentales así como la ayuda mutua. Respecto de la alimentación recomiendan levantarse de la mesa siempre con una ligera sensación de hambre y consumir sólo productos de
temporada que se extraigan de la tierra, siendo siempre preferible la dieta vegetariana. Consumen las proteínas animales necesarias extraídas de la carne de oveja, aves de corral, huevos y pescados. No restringen el consumo
de vino producido por ellos mismos pero no más de un par de vasitos al día y todo lo hacen para mantener un peso corporal adecuado. No suelen dormir más de 7 horas siguiendo los ciclos luz/oscuridad y practican el culto religioso
propio de cada comunidad.
Los científicos han creído ver que esta forma de vida induce la eliminación natural del estrés oxidativo lo que preservaría la integridad del ADN y la longitud de los telómeros cromosómicos, evitando de esta forma el envejecimiento celular prematuro y, consecuentemente, la presencia de las enfermedades más mortíferas de nuestra época como las cardiovasculares, las neurodegenerativas y el cáncer.
Con este tipo de dietas, sean tipo okinawa o mediterránea, algunos investigadores han comprobado en un pequeño crustáceo de agua dulce, la ceriodaphnia dubia y en el gusano caenorhabditis elegans, supervivencias
superiores al 50% cuando son alimentados con dietas parecidas a las citadas y al mismo tiempo son comparados con otros de su especie que se alimentan de modo convencional. Las consecuencias, explican los científicos, hay que
buscarlas en la estabilidad del ADN que proporciona la epigenética circundante.
Analizando en detalle todo lo anterior hay que concluir que esta longevidad saludable no se debe sólo a la dieta, sea mediterránea, de tipo Okinawa o similares, sino que es el conjunto de unas normas de vida distintas las que hacen de estas regiones auténticas “islas de la longevidad”.